La curiosidad una cosa muy curiosa, valga la redundancia. He tenido la oportunidad de reflexionar sobre ello la noche del sábado, durante la cena de cumpleaños de mi amiga Pili. Allí estábamos los de siempre, las chicas y yo, y dos invitados adicionales que se apuntaron a la fiesta por mediación de Carmela, la típica chica que, aparte de sus amigas de siempre -insustituibles, por otra parte- es "uno más" dentro de un grupo de chicos.
Los invitados eran Y. y A. Ambos varones, ambos lo suficientemente abiertos para sentirse cómodos entre varias chicas hetero y un chico gay.
A la cena le siguió el botellón propiamente dicho. Tuvimos la suerte de que los padres de Ana estaban de viaje, permitiéndonos disponer de un techo bajo el que resguardarnos hasta que decidiésemos iniciar la ruta de bares habituales.
Aunque todos demostramos ser personas de lo más sociables incluso antes de la ingesta de alcohol, es sabido que la bebida suelta la lengua y desinhibe, y eso fue exactamente lo que pasó.
Y. y A. demostraron ser dos tíos simpaticos, con los que te ríes desde el minuto cero; vamos, los típicos cachondos mentales. Además, en cuanto al tema gay, carecían totalmente de prejuicios. Algún malpensado creería que un comportamiento tan friendly nacía del deseo de quedar bien delante de las chicas, pero no había tal necesidad, porque ellos y ellas se conocen de siempre, y su relación es lo suficientemente cercana para prescindir de artificios sociales.
De tal manera, mi barrera habitualmente levantada ante desconocidos -sobre todo si son tíos heteros- no tardó en desmoronarse. No es que me sienta incómodo en tales situaciones, tampoco me preocupa dar una mala impresión y, desde luego, no me siento amenazado; simplemente mantengo una distancia prudente antes de dar demasiada confianza. Una distancia que, en este caso, no fue en absoluto necesaria.
Los temas se sucedieron en la conversación, de lo general a lo personal, añadiéndose un poco más de picardía al ambiente creado. Empezamos a hablar de sexo aunque, ahora que lo pienso, de todo lo hablado es de lo único que me acuerdo. Ante nuestra fascinación, ellos alabaron el arte del cunnilingus como si de la tierra prometida se tratase, lo que me llamó poderosamente la atención; precisamente, de todo lo que un hombre puede hacer con una mujer en la intimidad, eso es lo que más reparo me da. Eso sí, escuché atentamente -y con los ojos bien abiertos- la improvisada oda a la vagina con que nuestros amigos nos sorprendieron.
En algún momento de la noche, no puedo recordar exactamente cuándo, A. declaró que, si bien se consideraba un heterosexual redomado, la visión de Brad Pitt interpretando a Aquiles en Troya y subido a una moto en El curioso caso de Benjamin Button suscitaba en él un deseo que ningún otro hombre, en absolutamente ninguna otra circunstancia, podría despertar. Por supuesto, tal cosa hizo que las chicas se sorprendiesen sobremanera, porque nunca se les había pasado por la cabeza que un hombre firmemente convencido de su heterosexualidad pudiera sentir atracción erótica por otro hombre, mucho menos admitirlo abiertamente. Eso sí, nuestro A. enseguida aclaró que no se le pasaba por la cabeza dejarse arrastrar por esas fantasías hasta el punto de lo físico.
Llegados a este punto, los dos chicos heteros dirigieron su atención hacia mí, convertido involuntariamente en el representante más cercano del colectivo gay, al que pudieran dirigir todas las dudas que tenían sobre el hecho de ser homosexual. "¿Entonces, lo de ser activo o pasivo es real?" "¿Os basáis en eso para elegir a un tío?" "¿Pero, cuando ligas, cómo sabes a quién le gusta una cosa u otra?"
De pronto, me sentí como un experto en protocolo enseñando a dos paletos cuándo era apropiado dar la mano y en qué momento se consideraba necesario hacer una reverencia.
Resumiendo, a cada uno de nosotros nos interesaba aquello que no vivíamos en primera persona pero que, por una curiosidad natural e inherente en el ser humano, no podíamos evitar indagar en ello. Resulta extraño que, por ejemplo, en mi caso, no me atraigan las mujeres pero, sin embargo, escuchar a un chico hetero hablando de la pasión que despierta en él una mujer desnuda llame tan poderosamente mi atención como, al revés, lo hace en un chico heterosexual que yo hable sobre las normas de conducta entre dos hombres gays.
Supongo que tiene que ver con el interés por lo desconocido, por aquello que no vemos a diario y, por lo tanto, representa para nosotros un misterio que, en un primer momento, parece difícil de resolver.
Eso sí, a partir de ahora, a tenor de los hechos que acabo de relatar, la solución se me antoja muy fácil. No tenemos más que preguntar, porque siempre habrá alguien al que le encantará responder.
Como he dicho, la curiosidad es una cosa muy curiosa.
Los invitados eran Y. y A. Ambos varones, ambos lo suficientemente abiertos para sentirse cómodos entre varias chicas hetero y un chico gay.
A la cena le siguió el botellón propiamente dicho. Tuvimos la suerte de que los padres de Ana estaban de viaje, permitiéndonos disponer de un techo bajo el que resguardarnos hasta que decidiésemos iniciar la ruta de bares habituales.
Aunque todos demostramos ser personas de lo más sociables incluso antes de la ingesta de alcohol, es sabido que la bebida suelta la lengua y desinhibe, y eso fue exactamente lo que pasó.
Y. y A. demostraron ser dos tíos simpaticos, con los que te ríes desde el minuto cero; vamos, los típicos cachondos mentales. Además, en cuanto al tema gay, carecían totalmente de prejuicios. Algún malpensado creería que un comportamiento tan friendly nacía del deseo de quedar bien delante de las chicas, pero no había tal necesidad, porque ellos y ellas se conocen de siempre, y su relación es lo suficientemente cercana para prescindir de artificios sociales.
De tal manera, mi barrera habitualmente levantada ante desconocidos -sobre todo si son tíos heteros- no tardó en desmoronarse. No es que me sienta incómodo en tales situaciones, tampoco me preocupa dar una mala impresión y, desde luego, no me siento amenazado; simplemente mantengo una distancia prudente antes de dar demasiada confianza. Una distancia que, en este caso, no fue en absoluto necesaria.
Los temas se sucedieron en la conversación, de lo general a lo personal, añadiéndose un poco más de picardía al ambiente creado. Empezamos a hablar de sexo aunque, ahora que lo pienso, de todo lo hablado es de lo único que me acuerdo. Ante nuestra fascinación, ellos alabaron el arte del cunnilingus como si de la tierra prometida se tratase, lo que me llamó poderosamente la atención; precisamente, de todo lo que un hombre puede hacer con una mujer en la intimidad, eso es lo que más reparo me da. Eso sí, escuché atentamente -y con los ojos bien abiertos- la improvisada oda a la vagina con que nuestros amigos nos sorprendieron.
En algún momento de la noche, no puedo recordar exactamente cuándo, A. declaró que, si bien se consideraba un heterosexual redomado, la visión de Brad Pitt interpretando a Aquiles en Troya y subido a una moto en El curioso caso de Benjamin Button suscitaba en él un deseo que ningún otro hombre, en absolutamente ninguna otra circunstancia, podría despertar. Por supuesto, tal cosa hizo que las chicas se sorprendiesen sobremanera, porque nunca se les había pasado por la cabeza que un hombre firmemente convencido de su heterosexualidad pudiera sentir atracción erótica por otro hombre, mucho menos admitirlo abiertamente. Eso sí, nuestro A. enseguida aclaró que no se le pasaba por la cabeza dejarse arrastrar por esas fantasías hasta el punto de lo físico.
Llegados a este punto, los dos chicos heteros dirigieron su atención hacia mí, convertido involuntariamente en el representante más cercano del colectivo gay, al que pudieran dirigir todas las dudas que tenían sobre el hecho de ser homosexual. "¿Entonces, lo de ser activo o pasivo es real?" "¿Os basáis en eso para elegir a un tío?" "¿Pero, cuando ligas, cómo sabes a quién le gusta una cosa u otra?"
De pronto, me sentí como un experto en protocolo enseñando a dos paletos cuándo era apropiado dar la mano y en qué momento se consideraba necesario hacer una reverencia.
Resumiendo, a cada uno de nosotros nos interesaba aquello que no vivíamos en primera persona pero que, por una curiosidad natural e inherente en el ser humano, no podíamos evitar indagar en ello. Resulta extraño que, por ejemplo, en mi caso, no me atraigan las mujeres pero, sin embargo, escuchar a un chico hetero hablando de la pasión que despierta en él una mujer desnuda llame tan poderosamente mi atención como, al revés, lo hace en un chico heterosexual que yo hable sobre las normas de conducta entre dos hombres gays.
Supongo que tiene que ver con el interés por lo desconocido, por aquello que no vemos a diario y, por lo tanto, representa para nosotros un misterio que, en un primer momento, parece difícil de resolver.
Eso sí, a partir de ahora, a tenor de los hechos que acabo de relatar, la solución se me antoja muy fácil. No tenemos más que preguntar, porque siempre habrá alguien al que le encantará responder.
Como he dicho, la curiosidad es una cosa muy curiosa.