Os presento a la última consecuencia de la cultura de masas: el “pijindie”.
Híbrido del clásico pijo y el moderno indie, esta nueva subespecie del árbol genealógico del homo adultescente nace en el seno de familias acomodadas, al menos lo suficiente para permitirse el estilo de vida correspondiente a su condición, porque no hay nada más caro que parecer cutre sin serlo. Como mitad pijos que son, viven esclavizados por las tendencias -trends, para hablar en su dialecto-, y lo “cutre” es tendencia.
Perdón, trendy.
Y es que nuestro amigo el pijo indie –o indie pijo- es fácilmente identificable por un estilo que podría parecer descuidado, bajo el que se oculta un milimetrado proceso de selección donde prima su eufemismo favorito: lo vintage. Viejas modas que vuelven a gustar.
Es fácil hacer un estudio de la conducta del pijindie, porque él mismo se encarga de documentarlo con fotografías y ponerlo a disposición del mundo a través de su Facebook profile. Pasar los días de sol en algún parque, leyendo y/o posando disimuladamente para el miembro del grupo que lleve la cámara; pasear por la ciudad oculto bajo sus Ray-Ban Wayfirer, descontextualizado del resto de la sociedad. En cuanto a los locales que frecuenta las noches de fiesta, sigue una máxima inviolable: “si no es un antro, ni entro."
Sus gustos son tan variados como su propia naturaleza mestiza. Los pijindies están por encima de toda definición estandarizada acorde a una label. Son eclécticos, versátiles. Cosmopolitas aunque no hayan salido de su pueblo. Ni falta que hace, está Internet.
En su ipod, que es como la lanza para el homo erectus, encontrarás música de grupos disueltos antes de haberse hecho realmente famosos, y si pasas al siguiente track tal vez te sorprenda algún clásico de Disney o el theme de alguna serie de los ochenta.
El cine sólo tiene un cineasta vivo que merezca la pena mencionar: Woody Allen. En cuanto a literatura, probablemente hayan leído “Brooklyn Follies” de Paul Auster, porque dicha ciudad es el Israel del pijindie, su tierra prometida. Tan cutre como cara.
El pijindie anida en grupos de tres o más, en apartamentos cuyas paredes empapela con posters de películas rodadas antes de su nacimiento –las haya visto o no-, carteles de festivales de música y collages de fotografías individuales y de la manada al completo, testimonio de sus años de juventud postmoderna. Estos pisos no son más que una prefiguración de sus viviendas futuras de ensueño: diáfanos lofts en edificios reformados de algún barrio que un día fue marginal.
El pijindie tiene muy claro lo que es, lo que quiere, y le da exactamente igual si no gusta. De hecho, lo prefiere, porque está tan seguro de sí mismo que disfruta como nadie recibiendo una crítica destructiva.
Me declaro fan del pijindie. Su existencia misma es la constatación de que ya nadie tiene porqué ser completamente blanco o completamente negro. El deportista puede disfrutar leyendo, el empollón tal vez se divierta bailando. El pintor puede escribir y el escritor pintar. Podemos ser lo que queramos ser, cuando queramos serlo. Más allá de sus esnobismos y frivolidades, el pijindie decide cada detalle de su personalidad, sea o no acorde a lo que se considera normal, y eso es algo digno de admiración.
Creo que, en el fondo, todos somos un poco pijindie. En realidad, todos somos un poco todo.
O deberíamos serlo.
Híbrido del clásico pijo y el moderno indie, esta nueva subespecie del árbol genealógico del homo adultescente nace en el seno de familias acomodadas, al menos lo suficiente para permitirse el estilo de vida correspondiente a su condición, porque no hay nada más caro que parecer cutre sin serlo. Como mitad pijos que son, viven esclavizados por las tendencias -trends, para hablar en su dialecto-, y lo “cutre” es tendencia.
Perdón, trendy.
Y es que nuestro amigo el pijo indie –o indie pijo- es fácilmente identificable por un estilo que podría parecer descuidado, bajo el que se oculta un milimetrado proceso de selección donde prima su eufemismo favorito: lo vintage. Viejas modas que vuelven a gustar.
Es fácil hacer un estudio de la conducta del pijindie, porque él mismo se encarga de documentarlo con fotografías y ponerlo a disposición del mundo a través de su Facebook profile. Pasar los días de sol en algún parque, leyendo y/o posando disimuladamente para el miembro del grupo que lleve la cámara; pasear por la ciudad oculto bajo sus Ray-Ban Wayfirer, descontextualizado del resto de la sociedad. En cuanto a los locales que frecuenta las noches de fiesta, sigue una máxima inviolable: “si no es un antro, ni entro."
Sus gustos son tan variados como su propia naturaleza mestiza. Los pijindies están por encima de toda definición estandarizada acorde a una label. Son eclécticos, versátiles. Cosmopolitas aunque no hayan salido de su pueblo. Ni falta que hace, está Internet.
En su ipod, que es como la lanza para el homo erectus, encontrarás música de grupos disueltos antes de haberse hecho realmente famosos, y si pasas al siguiente track tal vez te sorprenda algún clásico de Disney o el theme de alguna serie de los ochenta.
El cine sólo tiene un cineasta vivo que merezca la pena mencionar: Woody Allen. En cuanto a literatura, probablemente hayan leído “Brooklyn Follies” de Paul Auster, porque dicha ciudad es el Israel del pijindie, su tierra prometida. Tan cutre como cara.
El pijindie anida en grupos de tres o más, en apartamentos cuyas paredes empapela con posters de películas rodadas antes de su nacimiento –las haya visto o no-, carteles de festivales de música y collages de fotografías individuales y de la manada al completo, testimonio de sus años de juventud postmoderna. Estos pisos no son más que una prefiguración de sus viviendas futuras de ensueño: diáfanos lofts en edificios reformados de algún barrio que un día fue marginal.
El pijindie tiene muy claro lo que es, lo que quiere, y le da exactamente igual si no gusta. De hecho, lo prefiere, porque está tan seguro de sí mismo que disfruta como nadie recibiendo una crítica destructiva.
Me declaro fan del pijindie. Su existencia misma es la constatación de que ya nadie tiene porqué ser completamente blanco o completamente negro. El deportista puede disfrutar leyendo, el empollón tal vez se divierta bailando. El pintor puede escribir y el escritor pintar. Podemos ser lo que queramos ser, cuando queramos serlo. Más allá de sus esnobismos y frivolidades, el pijindie decide cada detalle de su personalidad, sea o no acorde a lo que se considera normal, y eso es algo digno de admiración.
Creo que, en el fondo, todos somos un poco pijindie. En realidad, todos somos un poco todo.
O deberíamos serlo.