martes, 17 de agosto de 2010

El guapo, el feo y el superficial

El verano tiene la particularidad de que puedes pasarte el día sin hacer absolutamente nada, que nadie te acusará de ser un vago. Hace un par de días, tras una noche de fiesta, Marta, Sabela y yo aceptamos la invitación de Paula P. para pasar la tarde en su casa de verano. Aproximadamente cuatro horas tumbado boca arriba, con la mente en blanco. Existía un alto riesgo de acabar quemado.
Hacía un mes y medio que Sole se había casado y el recuerdo de la boda todavía estaba latente. Para colmo, la noticia de su embarazo nos llegó como una cana que aparece en el pelo antes de tiempo. Te pasas la vida esperando que suceda, pero nunca tan pronto.
El primer sobrinito, pensamos todos, y el amor por aquella criatura que empezaba a crecer se impuso sobre el impacto inicial.
Con el futuro a ocho meses de distancia y el recuerdo del pasado en forma de resaca, fue cuestión de tiempo que tomásemos conciencia de lo que estaba sucediendo en el presente inmediato. El presente de Marta, para ser exactos, que llevaba diez meses saliendo con el mismo chico.
Nos aseguró con sospechosa insistencia que en absoluto se trataba de una relación estable, mucho menos seria, dos cualidades que no siempre iban unidas, tal era el caso. Quedaban de vez en cuando, se iban de cañas, se reían; por supuesto, también había sexo. La cuestión es que el chico es feo, del tipo que, según Marta, le avergonzaría presentarlo en sociedad.
Hay que tener en cuenta que Marta no es muy amiga de los compromisos. Busca alguien con quien divertirse, nada más. El caso de este último fichaje, según ella, se le fue de las manos. Se trataba de un chico de los que daba gusto conocer, con el que el tiempo pasaba volando y el aburrimiento no era más que una lejana idea, inerte en su compañía. Tanto era así, que la apariencia física se distorsionaba y los ojos de mi amiga llegaban a ver a la personalidad más allá de la persona. Lo que a ella le preocupaba era que el resto de la gente no tuviera su misma facilidad para ignorar la melena desgreñada y los ojos saltones de su chico, para valorar su extraordinario sentido del humor y amabilidad de caballero.
-¿Ves? Yo no tengo ese problema –intervino Sabela mientras se echaba crema con las dos manos; sin la menor dificultad, hablaba al mismo tiempo que un cigarrillo se consumía entre sus labios-. Yo sólo salgo con guapos y sosos.
-Por eso no te duran –intervino Paula P-. La belleza por sí sola no puede sostener una relación. Es como un tío con una polla enorme, pero que no sabe qué hacer con ella. No basta con tener la herramienta, también hay que tener el carisma para usarla.
Me pregunté cuál de los dos puntos de vista era más superficial. El de Sabela, que ni se molesta en conocer a un chico si no le llama la atención físicamente; o Marta, que sí lo hace, pero negándose la posibilidad de profundizar.
-¿Tú qué prefieres? –me preguntaron.
Hice un repaso general de todos los chicos que me habían gustado. Demasiados. Reduje la lista a aquellos con los que había salido y con los que me habría gustado tener algo más.
Pensé en el armariado. Era muy guapo, además tenía personalidad. La personalidad de un capullo. Algunas veces me pregunto si lo que conocí de él no sería otra cosa que la mezcla entre el personaje inventado por él para ganarme y lo que mi propia imaginación había añadido. En ese caso, debería contar con una forma nueva de ser superficial: aquella que no escoge a las personas ni por su aspecto ni por su labia, sino que toma un físico agradable y se inventa una personalidad idílica, como yo mismo hice en más de una ocasión, armariado incluido.
Por lo demás, en mi lista de ligues había de todo. Guapos gilipollas, guapos e interesantes, interesantes pero feos; feos y, para colmo, imbéciles. De todo.
Es probable que la razón de que no haya durado con ninguno no se deba a haberme cansado de ellos, sino que me había cansado de mi propia fantasía, lo que me conduce a una única y deprimente conclusión:
No sé lo que quiero.